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Muerte y pornografía

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En La sociedad del cansancio, Byung Chul-Han dice, hablando de la relación de los individuos de la sociedad del rendimiento con aquello que rechazan, que “La repulsión frente al exceso de positividad no consiste en ninguna resistencia inmunológica, sino en una abreación digestivo-neuronal y en un rechazo”[1]. Es decir, que el ser humano del rendimiento no contempla ante sí enemigos potenciales, como podrían ser en épocas anteriores el infiel o el invasor, sino que encuentra en su propio ser las causas de su destrucción. Esto se debe al continuo ciclo de explotación que el sujeto ve como desarrollo de sí, como progreso. De este modo, “La sociedad del rendimiento se desprende progresivamente de la negatividad”[2].

En el siguiente texto nos proponemos hablar de por qué la negación del paradigma inmunológico en nuestra sociedad es un juicio errado de Han. Aunque la forma más rápida de contradecir dicha aseveración sería hablando de la actual pandemia, creemos que esta (o mejor dicho, las respuestas que nuestra sociedad ha dado a la misma) no son sino un síntoma de algo más profundo que tiene que ver con el asunto nuclear de las afirmaciones de este filósofo. Efectivamente, la relación con la negatividad, con lo hostil, ha mutado, pero no conllevando su desaparición, sino su ocultamiento. La sociedad, así pues, no ha dejado de situarse en el paradigma inmunológico, sino que, contrariamente a lo que pudiera pensarse, se ha hundido más profundamente en este; en mi opinión, nuestra sociedad actual es aséptica.

Cuando nos relacionamos con algo, sea una persona, un animal, un objeto o incluso una idea, tenemos dos modos principales de establecer una relación con ello: en primer lugar, la forma positiva de conocimiento, que consiste en poner delante de nuestros sentidos y nuestro entendimiento dicho ente, a fin de conocerlo en todas sus manifestaciones. Sin embargo, cabe una segunda forma de relación, que es la negativa; consiste en situar el objeto en un campo intencionadamente fuera de nuestra percepción. Este campo está construido específicamente por el ser humano, y es lo que lo diferencia de un objeto que, simplemente, no conocemos en absoluto.

Cuando los judíos, por ejemplo, se prohíben mencionar el nombre de Dios, están manteniendo una relación negativa con él; en tanto que saben lo que es, pueden establecer un cortina de humo entre ellos y la divinidad. Del mismo modo, los romanos aplicaban la damnatio memoriae a los ciudadanos romanos que, por sus grandes crímenes contra el Imperio, eran borrados de todo registro histórico.

De esta manera, vemos cómo la relación negativa se suele establecer con algo de gran poder, ya sea por su bondad o por su malignidad. Este modo negativo de relación parece no darse en nuestra sociedad, como dice Han. La sociedad capitalista parece querer manipularlo y conocerlo todo, abierta a que todos entren en el mercado; “La violencia de la positividad no presupone ninguna enemistad. Se despliega precisamente en una sociedad permisiva y pacífica”[3]. Sin embargo, y como ya hemos visto, el conocimiento negativo requiere también de una producción, producción de barreras entre el objeto y nosotros.

En tanto que nuestra sociedad es una sociedad del rendimiento, los mecanismos de construcción del conocimiento se centrarán en ocultar aquellos elementos que puede desestabilizar dicha producción. Por ejemplo, la muerte. No ha pasado inadvertido para muchos pensadores el hecho de que los ciudadanos de las sociedad capitalista apenas tienen relación con la muerte; aunque todos mueran indefectiblemente, pocos ven morir a otras personas. La muerte se ha arrinconado en el espacio aséptico del hospital, donde, tratada por expertos, no contamina el circuito capitalista.

Otro modo negativo, aunque se construya mediante el exceso de positividad, consiste en la exposición saturada de un objeto frente a nosotros; “El exceso de positividad se manifiesta, asimismo, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos”[4]. Este exceso de positividad hace que el objeto, paradójicamente, desaparezca[5]. Un ejemplo claro de ello es el problema ecológico; en tanto que se nos ha expuesto tantas veces, con tanto detalle, ha generado la reacción contraria de la que cabría esperar: las personas se han tomado el problema como un chiste, o lo miran con indiferencia. Si se muestra demasiado a alguien un problema irresoluble, la tendencia habitual será, finalmente, la resignación.

Ambas formas de negativización de los objetos están relacionadas, y tienen un efecto semejante en las personas. Mientras que la negativización por ocultamiento produce una mistifación del hecho, que se manifiesta en producciones fetichizadas del mismo (quizá hayamos visto más muertes en el cine que un soldado en la realidad del combate), la negativización por exceso de positividad produce, del mismo modo, la banalización del objeto (un ejemplo claro de esto sería la pornografía; cuanta más se consume, más específicos y rebuscados son los gustos del espectador). En ambos casos, el objeto desaparece, se produce una asepsia.

Parece contradictorio afirmar que una sociedad es aséptica justamente en el momento en que fetichiza un objeto, es decir, cuando le da más poder de influencia. Sin embargo, ocurre exactamente en el ámbito de la limpieza. Si nosotros nos limpiamos en exceso, desinfectándonos completamente, cualquier microbio o suciedad con que entremos en contacto será potencialmente mortal.

Así pues, la negativización o disolución de un objeto no hace referencia más que a su desaparición psicológica, no real. Nuestro poder es bastante más limitado de lo que podría llegar a pensarse. No tenemos la capacidad de aniquilar completamente las cosas que tememos. Aunque el caso paradigmático de un hecho ineludible es la muerte, esta conclusión se aplica igualmente al deseo sexual, el cual se sublima y manifiesta de diferentes modos cuando no se le da una salida. El principio básico de las películas de miedo es no mostrar al villano en la medida de lo posible, para que genera el mayor efecto en el espectador, pero siempre hay un villano.

El impulso productivo que guía a nuestra sociedad, por lo tanto, determina qué miedos patologizamos. Escondemos la muerte para que no interrumpa nuestro proceso productivo, porque observar un muerto es traumático y nos comunica nuestro propio fin.

El trauma es una reacción a un hecho que modifica radicalmente nuestras creencias; de este modo, uno puede cambiarlas. Sin embargo, cuando el trauma se convierte en neurosis y se niega el objeto, nunca se llega a este proceso de recuperación.

Esto puede vislumbrarse claramente en la reacción social a la pandemia presente: aunque hacer valoraciones de conjunto es algo que extralimita la filosofía como tal en lo tocante a hechos que están sucediendo en el presente, podemos sacar varias conclusiones de esta situación. En primer lugar, se produjo una relación chocante con el virus: la alarma generalizada y el pánico, unidos a las diversas pautas de higiene y distanciamiento, dieron forma concreta al elemento hostil. Curiosamente, en este periodo los efectos generalizados fueron menores que en la actualidad, donde el virus se ha instalado como un elemento omnímodo. Nadie, o apenas nadie, tiene ya miedo del virus. El miedo presupone una concreción que la pandemia ha perdido. Lo que existe ahora es angustia, neurosis, depresión…Síntomas todos de un mal negado e informe. Pero esta negación, justamente, se ha producido por el exceso de positividad de la información sobre el mismo covid. No hay un día en que no tengamos algún tipo de relación con el mismo: ya sea por el noticiario o por la mascarilla. Sin embargo, no son hechos activos los que nos relacionan con dicho objeto. Creo que la mayoría de la gente sigue obedeciendo las medidas sanitarias únicamente en la medida en que las obliga la ley. Durante el confinamiento, la gente hacía uso de estas medidas para protegerse; ahora, las lleva a cabo por el mismo automatismo por el que un cristiano se santigua con agua bendita al entrar en una iglesia[6].

Así pues, creo que Han yerra al denominar al negar el elemento vírico en nuestra sociedad. Justamente, el comportamiento aséptico nace de una relación con algo que no podemos dominar y que necesitamos negar radicalmente.

Sin embargo, la negación radical solo puede llegar a cumplirse psicológicamente; en la realidad, el hecho sigue existiendo y tenemos que seguir relacionándonos con él. La muerte, el cambio climático, el virus, van a seguir estando, y en la medida en que los neguemos, aunque no sea de modo consciente, nos hacemos vulnerables a ellos.

Del mismo modo ocurre con el sistema capitalista en su conjunto; negamos sus conclusiones o las asumimos inconscientemente, lo que nos hace ser vulnerables a su mecanismo.

En conclusión, podemos hablar de que el elemento negativo y el positivo son correlativos y que, llevados al extremo, el uno engendra el otro. Cuando negamos absolutamente algo, le estamos dando la mayor positividad, que es la del poder desconocido. Del mismo modo, un exceso de positividad lleva a la negación del objeto.


[1] Chul-Han, Byung: La sociedad del cansancio, ed. digital, Herder.

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Es el viejo problema de la Symploké platónica; si todo está relacionado con todo, nada sería nada. Es decir, si todo fuera negro, por ejemplo, nada lo sería. El exceso de positividad niega, justamente, el objeto.

[6] Me refiero a una relación negativa, no de miedo.