Hablar de la ficción es hablar de la realidad en sentido inverso. Por lo tanto, la realidad tiene que ser algo que pueda ser “movido” u “observado” desde afuera. Si hay ficción, es porque la realidad es algo de lo que se puede salir.
Sin embargo, esta no parece ser la verdad de lo real. Justamente, la realidad se nos da como algo omnipresente, como una obviedad. Lo real es, efectivamente, real, y lo que no es real lo es en cierta manera. Así, lo ficticio sería una parte de lo real, y solo sería ficticio el modo de entender eso ficticio. Empero, esta afirmación no clausura el problema de la ficción, sino que solo lo transporta a otra dimensión: de los objetos pasamos a las formas ¿Y no es acaso la forma de un objeto lo que lo define? ¿Cabe pensar un objeto pensado como ficticio y siendo, a la vez, real?
La forma en que pensamos el objeto es, fundamentalmente, la forma en que nos lo hacemos, en que lo moldeamos a nuestra comprensión. No existe objeto más allá de lo pensado, aunque el objeto que pensamos lo pensamos como algo que extralimita nuestro pensamiento. El objeto existe en esa tensión entre lo que se nos da y lo que nos desborda. La condición de objeto implica su relación con nosotros, aunque, en esa relación, el objeto se da como ente autónomo. En definitiva, el objeto es objeto porque se nos da como ser independiente.
Así pues, el dársenos objetivamente es tal porque se nos presenta con autonomía. La cuestión acerca de si el objeto es verdaderamente autónomo y en qué medida lo es toca el núcleo de la teoría de la realidad. Esta cuestión, que positivamente es la propia de la ontología, en un sentido negativo atañe a la teoría de la ficción.
Lo ficticio, volvemos a decir entonces, es lo que no es real. Por lo tanto, hay “algo” que no entra en la realidad, ya sea un objeto o un modo de relacionarse con un objeto.
Si retomamos la breve definición de lo real veremos que posee dos características: en primer lugar, la relación que establece con nosotros. En segundo lugar, la autonomía. Real es aquello que se nos da como independiente de nosotros. La mesa que percibimos suponemos que permanecerá ahí aunque no tengamos noticia de ella: vivimos de acuerdo a esa presuposición. Es más, la presuposición forma parte fundamental del objeto en tanto objetivo.
Ahora bien, lo ficticio, ¿en qué se distingue de lo descrito arriba? Pensemos en una película. Por ejemplo, Star Wars. Esta obra cinematográfica está compuesta de infinidad de elementos: actores, atrezo, cámaros, 0 y 1 que codifican la información de la cinta…No pensamos ninguno de esos elementos sino como reales ¿Desaparecería, acaso, Harrison Ford si dejáramos de ver la película? En cambio, hay algo que sí se nos aparece como dependiente de nosotros: la película en acción, es decir, la obra artística. Si no hay un ser humano viendo cómo el Imperio destruye Alderaán, esta destrucción no se produce. Efectivamente, sí entendemos como independiente de nosotros la grabación, las maquetas y los efectos especiales. Sin embargo, esos elementos solo significan la aniquilación de un planeta si alguien los colma de realidad. Esa es la función del espectador, a saber: darles mundo y objetividad a entes que no la poseen.
Se habla, normalmente, en teoría de la ficción de la suspensión de la incredulidad, consistente en el acto del espectador de dejar de pensar una obra de ficción como, justamente, ficticia. No obstante, aquí no hay exclusivamente un acto privativo; el espectador no deja solamente de pensar lo ficticio como tal, sino que le otorga realidad. El espectador es constructor de la obra porque, a partir de elementos objetivos, construye un objeto ficcional. La ficción es aquello cuya esencia es ser dependiente. Se dan, por lo tanto, en la obra ficcional do momentos creativos. En primera instancia, la creación autoral. En segundo término, la creación del espectador.
El autor, al crear, está maquinando un objeto dependiente; un ser que siempre presupone alguien para recibir realidad. No hay ningún elemento “objetivo” propio de lo ficticio, porque la ficción necesita alguien a quien fingir. Las máscaras de la tragedia griega, siendo objetivamente las mismas, se convierten en ficción cuando alguien se disfraza con ellos, y dejan de serlo cuando vuelven a guardarse en un cajón.
Asimismo, conforme cambia el sentido, cambia la ficción: ningún texto, en tanto que necesita de alguien para significar, escapa a la ficción. Sin embargo, hay textos que remiten a realidades objetivas, mientras que otros se cierran sobre su intención ficticia.
Por lo tanto, no podemos hablar de un objeto ficticio en todas las ocasiones. El vudú, por ejemplo, será o no ficticio en función del perceptor. El perceptor, sin embargo, no es un ser consciente que elige a placer sus presuposiciones. Los objetos se le imponen de una u otra manera. De este modo, podríamos decir que el objeto real se nos realiza desde su autonomía. Igualmente, el objeto ficticio se nos finge. Por eso uno no elige sus creencias religiosas o políticas de un modo exclusivamente teórico: debe realizar o desrealizar el objeto para hacerlo real o ficticio, en lo que es casi una lucha con los seres y sus dársenos.