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¿Todo es política?

En todas las épocas fermentan una serie de ideas, opiniones y consignas que permean en la mente de la población y articulan su modo de existir pensando. Evidentemente, no todas las ideas tienen la misma difusión: la idea de que la tierra es esférica ha tenido una propagación bastante mayor que la de que, por ejemplo, de que el observador modifica, con su observación, las partículas subatómicas. Hay ideas que cuajan durante un tiempo y luego dejan de hacerlo (todo esto hablando a nivel social, general), como la idea de la reencarnación. Las ideas que arraigan en una sociedad y se hallan en una situación fuerte son las que definen, valga la redundancia, ideológicamente dicha sociedad.

Dentro de las ideas que actualmente pugnan por formar parte del acervo común de las sociedades occidentales existe un grupo auspiciado por lo que se ha venido denominando “movimientos sociales”. Aunque este término es harto vago, nos sirve para que todo lector actual se sitúe sobre el tema que queremos tratar. Por poner varios ejemplos, algunos de los grupos reunidos bajo esta nomenclatura son el feminismo, los LGTB, los antifa…Como venía diciendo, estas corrientes tienen algunas ideas comunes que tratan de extender y generalizar al conjunto de las sociedades occidentales. Una de ellas es la de que “todo es político”, haciendo referencia con esta frase a que las acciones, los pensamientos y los comportamientos particulares también influyen en la realidad social, y que son, por así decirlo, la base de la realidad política. Bajo esta premisa, podríamos explicar que si el conjunto de los individuos se comporta de modo machista, el gobierno será, por ende, machista. El razonamiento que subyace a estas argumentaciones es el de que la política no se limita a los meros procesos gubernamentales, sino que tiene sus causas en la actuación de los particulares. Sin embargo, creo que esta idea, la de que “todo es político”, adolece de un problema constante en la historia de las ideas, problema que expuso Platón en su diálogo Parménides.

Efectivamente, en este texto, un joven Sócrates discute con el ya anciano Parménides acerca de su teoría del Ser. Sin embargo, Parménides no defiende tal doctrina, sino que la pone en cuestión. El razonamiento fundamental de la obra sería este: si el Ser es Uno, es imposible que exista la multiplicidad, porque lo múltiple no es Uno, sino lo contrario, y si todo es una cosa, no puede ser a la vez su opuesto. Empero, si lo Uno no es Ser, tampoco puede existir nada, porque lo múltiple se construye a partir del Uno. Así, “al ir de lo múltiple a lo uno, ni es uno ni es múltiple, ni se disgrega ni se agrega; y al ir de lo semejante a lo desemejante, ni se asemeja ni se desasemeja”[1].

Con esto quiere explicar Platón que si afirmamos de todas las cosas que son una de algún modo, ya sea que todas tienen una misma cualidad o predicado, no podríamos conocer esa misma cualidad. Por ejemplo, si todo lo que existe fuera negro, no podríamos conocer el negro, porque no podríamos contraponerlo a otra cosa. El punto radical de la cuestión es que las afirmaciones totalizadoras caen en el absurdo de que hacen imposible conocer el objeto al que se refieren, porque el conocimiento se basa en la distinción de una cosa frente a otra. Por lo tanto, si afirmamos que “todo es político”, lo político se convertiría en un predicado vacío, que no significaría nada. Llevándolo al absurdo, podríamos decir que “los árboles son política” o que “lo que no es político es político”.

Como esta es una idea vigente en la actualidad, voy a emplear un caso antiguo, al que nadie esté adherido emocionalmente, para así exponer con más profundidad mi hipótesis. En la Alta Edad Media, cuando ya el cristianismo se había extendido en Europa y había arraigado en la mentalidad común, solía decirse que “Todo es en Dios” o “Todo es Dios”. Sin embargo, pensadores suspicaces, como San Agustín, San Anselmo o Santo Tomás[2], ya dieron cuenta de que esto generaba diversos problemas a nivel metafísico y ético: en primer lugar, si todo era Dios, y Dios era sumamente bueno, ¿cómo podía existir el mal en Dios? ¿Era acaso Dios bueno y malo a la vez? En segundo lugar, si todo existía en Dios, y Dios es sumamente potente, ¿existía el libre albedrío?

Estas y otras cuestiones se solventaban especulativamente afirmando que Dios era creador de todas las cosas, pero que se distinguía esencialmente de su creación: el mundo era la conjunción de materia informe y acción divina, una síntesis en la que podían existir el bien, el mal, y la libertad humana. Aunque pueda parecernos que este problema es anacrónico, realmente la cuestión sigue siendo, a nivel ontológico, la misma: si afirmamos que “todo es x”, “x” se convierte en un predicado imposible, incluso contradictorio en su propia esencia, que albergan una cosa y su opuesto. En nuestra época, en que la especulación y la ideología se han volcado en el asunto político (por cuestiones que no competen a este texto), el problema de la concepción totalizadora se centra en si todo es política, como en la Edad Media se volcó en si todo era Dios.

Hagamos, sin embargo, una concesión a quienes afirman que “todo es política”: puede que esté enunciado esté mal construido, que sea una hipérbole, y que no quieran decir que todas las cosas sean efectivamente políticas, sino muchas lo son. Bien, situémonos en esa perspectiva; preguntémonos qué quieren decir cuando dicen que “todo es política”. En primer lugar, podríamos pensar en el ejemplo ya citado, la conducta particular. Efectivamente, si todos los individuos de una sociedad son creyentes, líderes incluidos, y actúan como tal (acudiendo a las liturgias, haciendo donaciones a las instituciones religiosas…) no podríamos sino afirmar que su régimen político estará guiado por la creencia en Dios. Será, aunque no lo afirme explícitamente, un Estado confesional.

¿Son, sin embargo, todas las conductas individuales políticas sin distinción? Creo que podremos, por lo menos, establecer una excepción con aquellos casos en que una acción particular no repercute en terceros. Efectivamente, si en la soledad de mi habitación me tiro un pedo, dudo mucho que alguien crea que esta acción tiene consecuencias para la sociedad. Así pues, parece haber un ámbito en que la sociedad no tiene lugar: las acciones particulares que no afectan a terceros. Cabe aclarar que consideramos que una acción afecta a terceros no solo cuando lo hace inmediatamente, sino también cuando repercute en nuestro comportamiento a largo plazo. Por ejemplo, si una persona consume regularmente altas cantidades de alcohol, su conducta se verá afectada por tal hábito, y afectará, por lo tanto, al resto de personas.

A partir de señalar dónde no hay política, podemos, a su vez, señalar dónde sí hay política. Nuestro caso no-político nos permite ver que la política necesita, por lo menos, de una acción entre varias personas. En una isla desierta, por lo tanto, donde únicamente viviera una persona, no podríamos hablar de política. Ahora bien, me parece que no toda agrupación de personas puede ser considerada un ente político, ya que casos como las aficiones de fútbol o los clubes de lectura únicamente en casos excepcionales son considerados habitualmente políticos. Esto se debe a que no tratan los temas políticos, sino que actúan en un campo paralelo al mismo. Tenemos, entonces, más cerca la zona de lo político. Creo que podríamos señalar que alguien denomina a un grupo como político cuando este actúa o intenta actuar sobre los organismos ideológicos y de poder de una sociedad. Cuando alguien apoya al Real Madrid no está hablando sobre el modo de gobernar un país o sobre la forma en que se establece el poder y la autoridad en una sociedad, sino sobre un tema que únicamente en algunas partes colinda con la política. No estoy diciendo, sin embargo, que el Real Madrid (o cualquier equipo de fútbol) no tengan una función y una utilidad política, sino que no se definen por esta faceta. Si alguien nos preguntara “¿Qué es el Real Madrid?” y nosotros dijéramos “Una institución del Estado para entretener a los ciudadanos e introducirles en dinámicas competitivas” nuestro preguntador podría pensar en el equipo de fútbol como en un despacho de la Bolsa o en una escuela de empresariales. Concluyo que político es aquella creencia, actuación u organismo que está enfocado en la forma de gobierno de una sociedad o que repercute en la misma de forma intencionada. Para cambiar de ejemplo, podríamos decir que el FC Barcelona se comporta políticamente cuando luce banderas independentistas o cuando sus directivos hacen declaraciones de este tipo, pero que no lo es cuando juega partidos de fútbol. Leo Messi no es político; algunos aficionados que lo ven, sí, ambos siendo elementos del FC Barcelona.

Tras esta delimitación del campo de lo político, se nos podría preguntar por nuestras intenciones, por qué nos hemos puesto a desmenuzar una frase con tanto ahínco. Quizá podría acusársenos de buscar errores inocuos en teorías que no compartimos para desacreditarlas completamente, como si el error en la frase “todo es política”, desacreditara el pensamiento completo que hay detrás de tal consigna. No es nuestra intención, ni mucho menos, criticar aquí tales sistemas teóricos en su totalidad. No tenemos ni la extensión ni la capacidad para hacerlo. El objetivo de este texto es el de señalar un problema común a todas las teorías que hablan sobre el todo, ya sea diciendo que “todo es política”, o “todo es Dios”, o “todo es físico”. Más allá de los errores especulativos que la totalización conlleva (o quizá a raíz de ellos), a nivel humano las afirmaciones universalistas suelen desencadenar en una justificación de la tiranía o de la unificación violenta: cuando, históricamente, se ha dicho que “todo es Dios”, no se ha solido entender esto como que todas las cosas del mundo son divinas, tanto las que odiamos como las que amamos, sino que se ha pensado que todo debe obedecer a nuestra idea de Dios; si Dios es racional, todo lo que no sea racional no debe ser, o debe estar subyugado a la razón. Del mismo modo, cuando alguien afirma que “todo es política”, no lo hace desde una posición neutra o que abarque todas las propuestas políticas (lo cual es imposible), sino que piensa desde un modelo de gobierno determinado, como son los mencionados al principio del artículo. El problema nacido de esta totalización es que sirve, la mayoría de las veces, para que los “expertos en el todo” impongan su mandato en el máximo número posible de áreas de la realidad. Si “todo es política”, aquel que sepa perfectamente cómo es la política o cómo debe ser (porque, siempre que hay alguien que afirma un todo, hay alguien que sabe ese todo) se verá legitimado para arbitrar sobre todos los aspectos de lo real; será lícito que hable sobre fútbol, por ejemplo.

Lo preocupante surge cuando pasamos del fútbol a lugares tales como las creencias religiosas o de otro tipo: la censura de ideas y comportamientos debe existir en toda sociedad[3], pero el método en que esta se efectúa debe estar justificado en premisas más fuertes que las de que es contrario al modelo político que defendemos. La censura totalitaria es llevada a cabo por sus actores de un modo pasional y violento; no hay tanta diferencia entre las turbas furibundas que van a la casa de un hereje para quemarlo y la cancel culture, que ataca a una persona vía redes sociales, buscando que la misma sea condenada al ostracismo y pierda su trabajo y el respeto de sus circundantes. Ambas actúan bajo la relación todo-verdad-violencia.

Hay que ser conscientes de que el uso impositivo de creencias genera en múltiples ocasiones una hostilidad y un conflicto que hacen insostenible la sociedad. ¿Acaso creen aquellos que defienden la cancelación como método correctivo que la horda cibernética no puede caer sobre ellos mismos? Da igual que no estén en desacuerdo con la postura del grupo; si este cree que eres un enemigo, la totalización deja poco espacio para tu existencia.

En conclusión, creo que el problema fundamental de usar afirmaciones totalizadoras está, más que en su error especulativo, en su error práctico. Cuando tomamos decisiones que van a repercutir a terceros debemos hacerlo siempre desde la conciencia de nuestra limitación esencial, de nuestra ignorancia acerca de sus intenciones y de la propia realidad en conjunto. Otra opción nos deja poco o ningún margen para evitar la instauración de un régimen de violencia irracional.


[1] Platón: Parménides¸ 57 a-b, p. 402, ed. Gredos.

[2] Santo Tomás, cumbre de la filosofía medieval, discurre sobre esta cuestión en “Sobre la eternidad del mundo”

[3] Es el problema del ya sobadísimo libro de Popper, La sociedad abierta y sus enemigos.