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La importancia de tocarse los huevos

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La palabra “huevos”, en el sentido de “testículos”, es una de las palabras que se puede emplear en un mayor número de frases con diversos significados. “Echarle huevos”, “poner los huevos en la mesa”, “ser un huevón”, “tocar los huevos… El número se extiende hasta casi el infinito. Si indagáramos en el origen de esta variedad, sin duda tendríamos que pensar en situaciones patriarcales (es obvio que la vagina, aun siendo una palabra de uso cotidiano y coloquial, no se acerca ni de lejos a la riqueza de esta palabra). Sin embargo, mi objetivo no es centrarme tanto en ese aspecto del término, sino en su dimensión activa. Ciertamente, si pensamos en las frases anteriormente mencionadas, todas hacen referencia a la actividad del sujeto poseedor de los huevos, o a su inactividad. Es curioso que echarle huevos y ser un huevón sean frases contradictorias, aunque ambas hacen referencia a los testículos. Creo obvio que aquí subyace una relación conceptual entre la fuerza del hombre y la potencia de sus genitales. Aunque esto que vaya a decir no esté verificado filológicamente, parece lógico pensar que, antiguamente, se creía que la esencia masculina (con sus virtudes asociadas) residía en las gónadas, y razón no les faltaba, puesto que la testosterona es causa directa del desarrollo muscular y de la agresividad.

A pesar del interés de este tema, mi objetivo en este texto era emplearlo como preámbulo para hablar de la expresión “tocarse los huevos”. Esta frase tiene desde su origen una connotación negativa, asociada a la indolencia y la pereza. Sin embargo, creo que sería útil rebuscar un nueva forma de ver esta frase. La oración “tocarse los huevos”, aunque en primera instancia parezca inocua, contiene varios elementos que la hacen interesante para pensar en nuestro modo de ver el ocio y el trabajo. En primer lugar, hay un elemento de autocontacto; estamos hablando de tocarse a uno mismo. En la sociedad capitalista del siglo XXI, no nos tocamos ociosamente. En nuestro tiempo libre, solemos tocar objetos diversos: móviles, ordenadores, libros, ropa, comida…Pero no es habitual que pasemos nuestro tiempo fuera del trabajo simple y llanamente tocándonos a nosotros (ni siquiera la masturbación está exenta de este aspecto, puesto que nos masturbamos viendo pornografía, o usando objetos externos). Entendemos el ocio de una manera productiva, y la productividad como la relación cuantitativa con objetos. Ni siquiera diría que la “entendemos” de este modo; la vivimos inconscientemente así. Nadie piensa que está siendo productivo, o se siente realizado, por haber estado una hora y media mirando redes sociales. Empero, nos vemos abocados constantemente a solazarnos fuera de nuestro cuerpo. A pesar de que parezca lo contrario, nos tocamos poco los huevos.

Alguien podría decirme que qué tiene de malo no tocarse los huevos, no recrearse en el propio cuerpo. ¿Estoy proponiendo que dejemos de leer libros, o de ver películas, y que nos pasemos horas y horas manipulando meticulosamente nuestros genitales? Obviamente no; lo que yo busco sacar a colación es la necesidad humana de percibir el propio cuerpo. Nos gusta inspeccionarnos, estudiarnos, percibir cómo estamos. De ahí el extraño placer que sentimos cuando olemos nuestros pedos, o cuando nos quitamos un grano. Es una tarea de mantenimiento. Por este motivo, si todo nuestro tiempo (laboral y libre) lo pasamos tocando objetos externos, jamás podremos ver cómo nos sentimos realmente. Estamos en un laberinto de imágenes, cegados a nuestro propio yo.

Esto se agrava con las redes sociales, donde la percepción propia se construye desde una aplicación diseñada específicamente para provocar adicción a la exposición pública constante. Si la única idea que tenemos de nosotros proviene de Twitter, o de Instagram, solo nos veremos como la imagen determinada que mostramos, que deseamos mostrar a la falsa multitud que creemos que hay mirando nuestros perfiles. Seremos únicamente públicos, y la individualidad se diluirá en el flujo de contenidos. En las redes sociales todos somos unos básicos, unos datos apilados por grupos. La personalidad no existe.

Por estos motivos, veo imprescindible recuperar el tocarse los huevos, el gestionarse en la intimidad que nos da nuestro propio cuerpo. En nuestros genitales está nuestra salud.