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La totalidad del lenguaje

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Se ha dicho en multitud de ocasiones que toda realidad nos llega mediada a través del lenguaje. Efectivamente, nuestros pensamientos nos llegan mediante palabras. Cuanto menos, no hay nada que pensemos que no podamos expresar a través del lenguaje. Así pues, nos vemos en la obligación de dilucidar qué es lo fundamental del lenguaje para comprobar si abarca toda la realidad humana o hasta qué punto lo hace.

En primer lugar, debemos pensar cuál es la esencia del lenguaje. Esta, podríamos decir, consiste en la función expresiva; el lenguaje sirve, fundamentalmente, para transmitir algo a otro. ¿Qué se transmite? Significado, sentido. Frente a, por ejemplo, un repartidor de Amazon, que transmite un paquete de un almacén a un cliente, el lenguaje sirve para transmitir significado. Ahora bien, ¿qué es significar? Justamente nos encontramos aquí con una de las extrañas características del lenguaje: transmite información sobre algo que no está en el mismo lenguaje. Cuando alguien dice: “mira, un peral” esa persona no me está enviando, obviamente, el árbol como tal. Me informa de lo que ocurre fuera del lenguaje. Eso que ocurre fuera del lenguaje puede ser tanto una mera apreciación descriptiva (hay un árbol) como una aseveración valorativa (hemos encontrado las peras que necesitábamos). En cualquier caso, el lenguaje está refiriéndose a algo que lo sobrepasa. El informante usa del lenguaje para apelar al informado porque, de una u otra forma, le interesa que el segundo sepa lo que él conoce.

Este caso sería el más sencillo de tratar; sin embargo, el lenguaje está plagado de usos autorreferenciales. Sin alejarnos un ápice, la propia frase “el lenguaje está plagado…” es ya autorreferencial. ¿Por qué el lenguaje, si es una herramienta de información que busca comunicar sobre la realidad externa, tiene esta capacidad de referirse a sí misma?

Esta circularidad del lenguaje ha llevado a muchos pensadores a afirmar que el lenguaje es omniabarcante, que toda la realidad está mediada por él y lo presupone. Sin embargo, esto supone un absurdo de base: si el lenguaje es comunicativo, ¿qué va a comunicar si no puede salir de sí mismo? El lenguaje, justamente, presupone una realidad externa a la que se dirige o, en otras palabras, significa. Si esto es así, ¿cómo explicar la autorreferencialidad del lenguaje?

Simplemente, debemos afirmar que el lenguaje puede referirse a sí mismo porque forma parte de la realidad externa a que se remite. Es decir, cuando hablamos del lenguaje desde el propio lenguaje, estamos intentado entenderlo a la luz del resto de la realidad, también expresada por el lenguaje.

Esto sería más complejo de entender si únicamente pudiéramos pensar a través del lenguaje. Sin embargo, tenemos representaciones mentales que no son lingüísticas: imaginemos, por ejemplo, un triángulo equilátero. No hace falta expresarlo con palabras para pensarlo, aunque podamos, efectivamente, expresarlo con el lenguaje.

A este ejemplo podrían responder los defensores de la totalidad del lenguaje que el triángulo solo es pensable mediante unas señales y características expresables, lo cual implica ya un tipo de lenguaje, aunque no sea oral. Es decir, solo podemos pensar un triángulo si construimos un objeto en nuestra cabeza siguiendo unas señales determinadas y expresables.

Aun siendo esto cierto, podemos pensar en percepciones más “brutas” y carentes de características expresables, como las manchas que aparecen en los ojos si los cerramos con fuerza. ¿Podemos aseverar que las mismas tienen características expresables, siendo apenas perceptibles, volátiles en la mente e incomunicables?

Concedamos, de todos modos, que esto sea así, porque, al referirnos a dichas manchas, ya estamos consiguiendo (o confiamos en ello) que el interlocutor las recuerde y sitúe en su cabeza, al menos unas manchas análogas a las que pensamos. Así pues, parece que, finalmente, el lenguaje inunda toda la realidad, puesto que todo lo que tiene sentido y es inteligible es lingüístico. En tanto que podemos entender toda nuestra vida, esta misma es expresable a través de lenguajes, sean orales o de otros tipos.

Sin embargo, si repasamos todo el argumentario expuesto, veremos que hay algo que se escapa del lenguaje constantemente, algo que hemos tenido siempre a la mano. Efectivamente, el hecho mismo que es comunicado en los diversos ejemplos no es, como explicamos al principio, transmitido en sí; el peral del que hablamos no es transportado a través del lenguaje, sino su información. ¿Es la información la esencia y esta lo verdaderamente real del objeto? Esta conclusión, que recae, justamente, en el esencialismo realista, niega el hecho primero con el que interactuamos. Si el peral puede reducirse a su información, ¿qué más da lo que ocurra con el peral? Y, si es indiferente el peral, ¿para qué queremos información del peral?

El lenguaje, convertido en fundamento de la realidad, no solamente anula la realidad a la que refería, sino que se desvanece en sí mismo. Los objetos que son expresados a través del lenguaje (objetos, pasiones, ideas, proyectos…) tienen valor porque no son lingüísticos, y vale la pena expresarlos a través del lenguaje porque, justamente, no se encierran en él. Ni siquiera el propio lenguaje, entendido como herramienta, se enclaustra en sí.