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El yo y la circunstancia

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Ortega y Gasset, en su frase más famosa, decía «yo soy yo y mis circunstancias». Esta oración, que resuena en la actualidad con fuerza, convencidos como estamos de la contingencia de nuestra forma de vida, contiene unos cuantos elementos de interés fundamental para la ontología.
En primer lugar, Ortega nos propone un predicado redundante: «Yo soy yo». En segunda instancia, desborda la circularidad del enunciado incluyendo «las circunstancias». Finalmente, al «yo» y «las circunstancias» los une mediante una yuxtaposición. Intentaremos averiguar, en este texto, qué es el yo, qué la circunstancia y qué significa que estén yuxtapuestamente unidos.

El yo es la primera palabra de la filosofía de Ortega, es la base y la finalidad de su pensamiento. Aunque necesite de la circunstancia, porque «si no la salvo a ella no me salvo a mí», el yo es el motivo último («mí» y «yo» son, a efectos prácticos, lo mismo). Así pues, tenemos que el filósofo español asienta su edificio intelectual sobre esta palabra. «Yo», sin embargo, es un vocablo que no significa un objeto concreto, como «silla». «Yo» es la palabra usada por aquel que piensa para referirse a sí mismo. De este modo, el pensamiento se ata a una referencia constante: el que piensa. El que piensa, empero, se piensa a sí mismo únicamente como aquel que piensa. También se piensa como aquel que come, que comió y que comerá, es decir, el que responde a una serie de acciones en el tiempo. Por lo tanto, el yo es aquel que tiene una situación y, en un sentido más amplio, tiene una identidad; es el que otros aman, odian o ignoran, y eso le da un lugar entre los que considera sus semejantes. «Yo», por lo tanto, es una palabra que sirve para que, aquel que piensa, se sitúe frente a la realidad.

Indiferentemente de si «yo», en tanto que palabra, refiere a una res cogitans, a un sujeto racional determinado por pulsiones inconscientes o al sujeto de derecho democrático, el yo siempre implica situación. La palabra «yo» surge para crear y expresar la distinción entre el pensante y lo otro.
Ahora bien, siendo el lenguaje, principalmente, una actividad común consistente en indicar a otros que nos entienden cosas de la realidad, la palabra «yo» cumple una función interesante, a saber: aclarar a nuestros interlocutores que entre lo común y el que piensa hay una distinción.

Tenemos, entonces, este yo como base del pensamiento orteguiano: la cuestión fundamental será, entonces, entender qué es el yo. Con este fin, deberemos entender qué no es el yo, contraponerlo y distinguirlo para verlo claramente.

Aquí surge la circunstancia. La circunstancia es, literalmente, lo que hace un círculo alrededor del yo, lo que lo rodea. Cabe aclarar que, además de objetos de infinitas formas, nos rodean también creencias e ideas. Estos pensamientos se llaman «circunstanciales» porque no pueden referirse exclusivamente al yo, dependen de algo más. Así es como traza Ortega el mapa de la realidad: percibo lo que hay y distingo entre lo que puedo remitir al yo y lo que requiere de algo más.

Si repasamos nuevamente la frase «Yo soy yo y mis circunstancias», vemos que toda la realidad remite al Yo: nada le es realmente ajeno. Esto es así porque, según Ortega, si yo no pensase la circunstancia en relación conmigo, circundándome, siquiera sería algo para mí. El pensamiento, que es la base del yo (yo soy el que piensa), también es la base de la realidad que rodea al yo.

Ahora bien, entre el yo y la circunstancia hay una diferencia; si no, Ortega no necesitaría salvar esa distancia con la «y», que reunifica ambos elementos. Esta contraposición entre el yo y la circunstancia es la que justamente permite e imposibilita, a la vez, la explicación orteguiana de la realidad.

Si, para existir y ser pensado, el yo y la circunstancia deben ser pensados como opuestos, ¿de qué modo puede decirse que la circunstancia es parte del yo? ¿Es, acaso, el primer «Yo» de la famosa frase «Yo soy yo y mis circunstancias» más amplio que el segundo «yo»?

Tenemos que entender aquí que Ortega hace el siguiente razonamiento: si «yo» remite al que piensa, y «circunstancia» refiere a lo pensado como no siendo «yo», la circunstancia es igualmente pensada, producida por el pensamiento.

Aquí, entonces, caben varias salidas: podríamos decir que el yo no produce pensamientos, sino que estos se manifiestan activamente en él, pero existen con anterioridad. Esta es la teoría realista, que salva la distancia entre el yo y la circunstancia absolutizando el pensamiento. Otra opción sería delimitar el campo del pensamiento, manteniendo la disyunción entre «yo» en tanto que pensamiento y «circunstancia» en tanto que pensado. Para esto, deberíamos afirmar que la circunstancia no es únicamente lo pensado por el yo, sino que hay algo presupuesto con anterioridad al pensamiento y que sirve de fondo común del yo y la circunstancia, que es lo que, justamente posibilita al yo pensar la circunstancia.

Esta es la opción que nos parece implica menos problemas. Sin embargo, la propia palabra «presupuesto» señala su complicación: aquí no hacemos más que suponer previamente algo anterior al yo como pensador y a la circunstancia como pensado. Estamos, por lo tanto, dando el valor a la «y» de «Yo soy yo y mis circunstancias» como enlace que, necesariamente, no puede ser ninguna de las dos cosas.

El yo, necesariamente, circunstacializa la realidad y la salva pensándola, es decir, entendido cómo resolver los problemas que le presenta. Esta actividad resolutiva y total es la vida, que se sostiene sobre una afirmación de comunidad entre el que piensa y lo pensado, un «y» previo al pensar.