Cuando empleamos la palabra “diseccionar” en un ámbito especulativo, hacemos referencia a la actividad de dividir algo en sus partes básicas. El objetivo de esta disección es, normalmente, ver con más claridad los elementos que conforman ese algo y las relaciones que mantienen entre ellos para, finalmente, poder entender mejor ese algo.
No obstante, cabe dejar patente que, en el susodicho campo del pensamiento, lo que diseccionamos son, en una u otra medida, pensamientos. Para poder observar las partes de un pensamiento, a su vez, es necesario tener una idea general de este mismo pensamiento, la cual podrá cambiar al final de la disección. Es necesario, por ende, que propongamos una idea o definición de “apariencia”.
Por “apariencia” entendemos el acto mismo, valga la redundancia, de aparecer, es decir, de darse en la percepción. La apariencia, por tanto, es la acción que lleva a cabo todo lo que percibimos. Aquí se habrá ya suscitado suspicacias en algún lector. Efectivamente, ¿lleva a cabo lo que aparece en nuestra percepción una acción? ¿No somos, más bien, nosotros quienes realizamos la actividad de percibir? Este dilema puede resolverse si entendemos que, en nuestra percepción, los objetos percibidos determinan la percepción. Efectivamente, si no hubiera, por ejemplo, delante de mí un ordenador, yo no percibiría un ordenador. La determinación que realiza el objeto percibido, no obstante, no es completa. Evidentemente, si yo no supiera qué es un ordenador, tampoco percibiría un ordenador (o si fuera ciego; en este caso son situaciones equivalentes). Podemos aseverar, por lo tanto, que la percepción tiene en la apariencia su contrapunto necesario: sin percepción no hay apariencia, y viceversa.
Solemos estar más familiarizados con la naturaleza de la percepción que con la naturaleza de la apariencia, porque la percepción está intrínsecamente relacionada con la conciencia. Yo soy consciente de que me percato de algo, pero muchas veces no lo soy de que algo se percata de mí. Únicamente somos conscientes de que algo se aparece a nosotros. Estamos solo en contacto con la recepción de apariencias, no con su “emisión”. Intentar imaginar cómo será percibirnos a nosotros, qué percepción recibirán las cosas del mundo de nuestra apariencia, es una tarea harto complicada.
Sin embargo, podemos entender que hay cosas en el mundo que nos perciben, es decir, que reciben nuestra apariencia: la gente que nos ve, el suelo que soporta nuestras pisadas o los animales que interactúan con nosotros. Todo aquello que reacciona a nuestra existencia nos da una cierta noticia de nuestro aparecer. Así, podemos entender la doble dimensión del aparecer: del mismo modo que nosotros recibimos la apariencia, la damos constantemente.
Esta doble vertiente de la apariencia no es una cuestión baladí; es, de hecho, la base de nuestra noción de realidad. Efectivamente, si, como ya hemos comentado en otros textos, la realidad es aquello que existe en nosotros como aquello que puede existir sin nosotros, la primera información que recibimos de que hay una realidad es, justamente, la apariencia.
Esto es así porque la apariencia es apariencia de algo a lo que también nos aparecemos. Es decir, del mismo modo que nosotros recibimos apariencias, otras cosas reciben nuestra apariencia. Por lo tanto, la capacidad de recibir apariencias, es decir, de percibir, no es exclusivamente nuestra. Aunque no tenemos una noticia directa, es decir, perceptiva, de esta capacidad de percepción ajena,es la propia apariencia, al ser algo distinto de nuestro percibir, la que señala a un algo otro que también percibe, en este sentido lato y no meramente epistémico que hemos expuesto aquí. El hecho mismo de que la apariencia sea distinta de la percepción da cuenta de una diferenciación entre una u otra, que equivale, por lo tanto, a una diferencia ontológica. Lo interesante aquí es que, finalmente, esta diferencia entre apariencia y percepción lleva a la noticia de que estas dos actividades con interdependientes y que, por lo tanto, no somos meramente perceptores, sino también, por decirlo de algún modo, aparentes.