Cada época filosófica emplea ciertos conceptos como pilares de su discusión. Nuestro mundo especulativo, desde la primera década del presente siglo, ha utilizado con bastante efusión el concepto de “realidad”, para establecer las posturas del debate. En el año 2000, Maurizio Ferraris escribió su Manifiesto del nuevo realismo, a quien se adhirieron autores como Markus Gabriel. Estos pensadores se oponían a los constructivismos reinantes durante las últimas décadas del siglo XX, proponiendo la realidad como algo, en cierta medida, independiente de nuestras formas sociales o históricas. No es el objetivo del presente texto tratar la cuestión del nuevo realismo, sino analizar, desde nuestras coordenadas filosóficas, el concepto de “realidad”.
En primer lugar, y como solemos hacer, vamos a intentar partir de usos cotidianos del término para establecer un uso técnico, es decir, un uso cuyo sentido esté aclarado y explicado anteriormente y que encaje de modo coherente en un sistema más amplio de pensamiento.
Así pues, podemos poner una serie de frases tipo para comenzar nuestra digresión. En los últimos tiempos se ha utilizado, por parte de ciertos sectores políticos, la frase siguiente: “A la realidad no le importan tus sentimientos”. Dejando de lado las connotaciones políticas, que aquí no importan, vemos aquí expuesto un concepto de realidad con una serie de notas fundamentales:
En primer término, la realidad es una. Puede parecer obvio, pero lo obvio oculta sentidos que hay que clarificar. En la frase expuesta, como decíamos, está la aseveración de que hay una realidad, no múltiples. Si se dan múltiples realidades (la realidad de cada uno) todas ellas forman parte de aquella realidad unitaria, la Realidad.
En segunda instancia, la Realidad no tiene en cuenta mis sentimientos para existir. Por lo tanto, la Realidad es independiente, en un sentido más amplio, de mi experiencia y valoración de la misma. ¿Son, a su vez, mis sentimientos independientes de la Realidad? ¿Hay un hiato entre la Realidad y lo mío? Esa es una cuestión que esta frase no señala.
Sin embargo, esta cuestión puede ser resuelta con la siguiente frase, a saber: “darse de bruces con la realidad”. La Realidad, por lo tanto, siendo independiente de mis sentimientos, no está separada de los mismos. Mis sentimientos, si no encajan con la Realidad, sufrirán, tarde o temprano, un choque, un golpe que me hará darme cuenta de que mis sentimientos no eran reales. La Realidad, de este modo, ejerce como medida de mis sentimientos y, en términos generales, de todo lo mío.
Esta primera aproximación, que no pretende ser una indagación filológica de los múltiples significados de realidad, nos sitúa ya en un marco más o menos definido para la investigación.
Siguiendo las líneas trazadas más arriba, podemos decir que la Realidad es: Una, Independiente y Rectora. La Realidad se presenta como la medida unitaria e inamovible de todo lo que hay.
No obstante, aun siendo clarificador en ciertos aspectos, el lenguaje cotidiano no deja de estar sostenido en una maraña de presupuestos oscuros. Cuando alguien me dice “te vas a dar de bruces con la realidad” seguramente no esté pensando en un concepto filosófico de realidad. Más bien, estará pensando en un acontecimiento concreto por el que mis ideas e intenciones se van a ver refutadas. La frase que hemos empleado anteriormente, “A la realidad no le importan tus sentimientos” es empleada por personajes públicos como Ben Shapiro para criticar el movimiento transexual. Esta frase contiene la aseveración de que la realidad biológica del sexo no se ve modificada porque los transexuales “sientan” que pertenecen al género opuesto al que están asignados. Nuevamente, la cuestión social de fondo no nos interesa aquí.
No obstante, lo que sí nos interesa es que, la frase que en un principio parecía remitir a la Realidad Una, si la desmenuzamos, nos señala a una realidad concreta. Cuando Ben Shapiro dice “A la realidad” no se está refiriendo a la Realidad de que hablábamos anteriormente, sino a la realidad biológica del sexo humano.
Esto no quiere decir, empero, que nuestro primer análisis fuera una divagación errónea. Todo lo contrario; en el sentido de la frase mencionada están implicados ambos aspectos del concepto de realidad. Por un lado, la unidad e independencia. Por el otro, la concreción. Podemos decir, por lo tanto, que en esta frase el concepto de Realidad tiene las siguientes propiedades: Unidad, Independencia, Rectitud y Concreción.
Si el lector ha seguido el hilo de la digresión, puede haber encontrado en estas propiedades un problema de relación. Efectivamente, si la Realidad es Una e Independiente, ¿en qué sentido puede ser concreta? Expliquemos en más detalle esta paradoja:
Si yo pienso en los axiomas de la geometría de Euclides, veo que su valor universal como principios rectores de todo cuerpo geométrico reside en su generalidad. De este modo, el axioma según el cual la forma más corta de trazar una línea entre dos puntos es que esta sea recta es válido porque se puede aplicar a cualesquiera dos puntos. Este axioma no depende de dos puntos concretos, sino que es independiente de ellos. Ni su conocimiento ni su validez dependen de hechos determinados. Esto se puede aplicar a cualquier tipo de conocimiento científico, en tanto que plantee leyes universales que rigen los fenómenos de su campo de investigación.
No obstante, sobre la Realidad hemos dicho una cosa opuesta a la que hemos explicado aquí sobre la geometría euclidiana. En efecto, hemos dicho que es Unitaria o Universal y, a la vez, Concreta. Espero que el lector pueda entender ahora el problema, que es el siguiente: ¿cómo puede tener validez universal algo que solo se da concretamente?
Pero, ¿la Realidad solo se da concretamente? ¿Cabe la posibilidad de que, aunque a veces nos refiramos a la Realidad de modo concreto, haya una Realidad General? Del mismo modo que hay líneas rectas concretas y hay un concepto de línea recta general e independiente de esas líneas concretas, podría haber también realidades concretas y una Realidad general que es anterior a estas.
Estudiemos esta posibilidad: cuando hablamos de la línea recta en general, aunque no podemos verla, porque es general, sí podemos explicar que es la línea más corta entre dos puntos. Es decir, aun no teniendo un conocimiento sensible de la línea recta en general, sí tenemos un conocimiento teórico. Lo que tenemos que buscar ahora, por lo tanto, es un conocimiento teórico de la Realidad en general. Esto se debe a que, si la Realidad es general, no se identificará con ninguna de las realidades concretas, aunque estas realidades enuncien sus propiedades.
Por lo tanto, ahora tenemos que investigar las propiedades de la Realidad: por suerte, este trabajo, en cierta medida, lo hemos adelantado con el análisis anterior. Ahora tenemos que recapitularlo y profundizar en él.
En primer lugar, la Realidad es Una. Todo lo que hay forma parte, de una u otra forma, de dicha Realidad. La Unidad de la Realidad implica una coherencia básica entre todo lo que existe. Tanto los seres inertes, como los vivientes, como las personas forman parte de dicha Realidad. Pero, ¿qué hace que formen parte de la Realidad? Primeramente, algo forma parte de la Realidad en la medida en que entra en relación con otros que forman parte de la Realidad. Esta relación es, fundamentalmente, causal. Yo sé que una mesa es real porque dicha mesa es condicionada por los objetos colindantes: se le ponen cosas encima, se sostiene sobre un suelo, puedo tirarla o romperla…Hay, por ende, una coherencia de determinación. Del mismo modo, los objetos imaginarios, como un unicornio que yo tenga en mi cabeza, son reales en la medida en que participan de esta coherencia de determinación. Si yo nunca hubiera visto un unicornio dibujado, o nunca me hubieran explicado cómo es un unicornio, o no hubiera juntado la imagen de un cuerno con la de un caballo, el unicornio no sería real. El unicornio, aunque sea fantástico, no es irreal en la medida en que no aparece en un vacío incoherente. A través de cada cosa concreta puedo llegar a otras cosas concretas, y el modo de llegar de unas a otras es el modo de su realidad. Los objetos fantásticos, por lo tanto, son reales de modo fantástico, porque su coherencia con la realidad se da en el plano real de las imágenes y los conceptos.
Llegamos aquí al primer punto paradójico de la Realidad: mientras que todo lo real concreto es real en la medida en que participa de una coherencia de determinación, la Realidad no participa de dicha coherencia de determinación, al menos no del mismo modo que las cosas concretas. Efectivamente, aunque yo modifique cosas reales, la Realidad sigue siendo Real del mismo modo. Puedo decir que he cambiado la Realidad en el sentido de que he cambiado el orden de las cosas reales concretas, pero la Realidad no se ha visto modificada como tal. La Realidad no puede pasar de ser real físicamente a fantásticamente, porque no es real en ninguno de los dos sentidos, pero sí que los abarca. Esta última afirmación nos lleva a la siguiente propiedad.
La Realidad es Independiente. Las cosas reales, para ser reales, deben estar determinadas por otras cosas reales. Si veo un semáforo, por ejemplo, que es atravesado por los coches sin sufrir ningún cambio, sé que no es un semáforo real. Tal vez sea un holograma real de un semáforo, o una imagen real de un semáforo, pero no un semáforo real. El modo de determinación implica el modo de realidad de una cosa. No obstante, la Realidad no está determinada por las cosas reales. La Realidad es, justamente, la medida de nuestra determinación, medida que, para serlo, debe ser independiente de nuestra medición. Si el género, por ejemplo, depende de nuestra percepción social del mismo, entonces no es real en el sentido que se le atribuye biológico que se le atribuye tradicionalmente. La Realidad posibilita la determinación, y, por ende, la realidad de las cosas, en la medida en que es, justamente, independiente.
Lo mismo ocurre con la Rectitud; la Realidad establece una valoración dicotómica de las cosas, una separación entre lo real y lo irreal. Si yo veo un dinosaurio, pero cuando me va a morder desaparece, entonces juzgo que ese dinosaurio no era real. El hecho de que una cosa sea real implica un juicio afirmativo sobre su existencia. Nuestra existencia se ajusta a la Realidad: no comemos ilusiones, ni nos ilusionamos con las piedras del suelo, porque cada cosa es real de una u otra forma, y permite que nuestras diversas facetas existan si nos ajustamos a ellas. Una cosa, para existir, para ser real, debe adecuarse al tipo de realidad que le determina: yo no puedo beber petróleo, pero tampoco poesías o números, no porque estas cosas no sean reales, sino porque no son reales del modo que lo es el agua.
En último término, llegamos a la nota discordante de la Realidad, la concreción. Durante la explicación de las propiedades de la Realidad hemos hecho uso de ejemplos concretos que nos han permitido ver claramente cómo funciona la Realidad. Sin embargo, si queremos hablar de la Realidad en términos, valga la redundancia, realmente generales, encontramos que es imposible. Efectivamente, hemos hablado de la realidad física frente a la fantástica, o de la material frente a la conceptual, pero no podemos hablar de la Realidad en los mismos términos. Mientras que sí podemos hablar de la línea recta en general, y explicarla, la Realidad se nos vuelve problemática si tratamos de hacer lo mismo. Parece ser que la Realidad es indisociable de las realidades concretas, sean estas más amplias (como la realidad conceptual) o más estrechas (como el concepto).
Sin embargo, que la Realidad es real se nos ha aparecido como algo obvio, como una norma que vertebra la existencia de todas las cosas con las que nos relacionamos. Si pensamos que la Realidad, justamente, es irreal, no podremos entender cómo funciona dicha Realidad. Cuando nos relacionamos con las cosas concretas, asumimos como reales las propiedades de la Realidad. Dichas propiedades no pueden ser reales si en último término no pensamos que la Realidad es real. Cuando nos relacionamos con las cosas concretas, lo hacemos dando por hecho que pertenecen a una realidad unitaria, independiente de ellas o nosotros y que rigen su valor de realidad. Relacionarnos de otro modo con las cosas reales implica, como dice el lenguaje cotidiano, “darse de bruces con la realidad”, amoldarnos a ella sí o sí.
Hemos llegado a un callejón sin salida aparente. No obstante, no habríamos empezado a escribir este texto si no barruntáramos una posible solución. Por lo tanto, debemos recoger los puntos a los que hemos llegado y tratar de engarzarlos de modo que tengan sentido.
Las conclusiones que hemos sacado son las que siguen: en primer lugar, la Realidad, con sus propiedades, se nos impone necesariamente en nuestra relación con las realidades concretas. Siempre que nos relacionamos con algo real, lo hacemos suponiendo que depende de las propiedades ya comentadas de la Realidad. Por lo tanto, la Realidad es ineludible.
Por otro lado, la Realidad no se nos presenta nunca como tal. Siempre nos relacionamos con realidades concretas, que, justamente, tienen las propiedades contrarias de la Realidad. Todas ellas son dependientes, parciales y están regidas por la Realidad.
Así pues, el problema fundamental es que, imponiéndosenos la Realidad, no nos relacionamos nunca con ella como sí lo hacemos con las realidades concretas.
En esta última frase radica el camino a seguir ante este dilema: efectivamente, con la Realidad no nos relacionamos del mismo modo que lo hacemos con las realidades concretas. Esto no implica, sin embargo, que no nos relacionemos con la Realidad de ninguna manera.
Siempre que pensamos en una relación, nos viene a la mente un hecho determinado y concreto. Sin embargo, hay un modo de relacionarse general o indirecto, a saber: el presupuesto. Presuponer algo significa ponerlo previamente como sustrato de lo dado. Si yo presupongo que el suelo es firme y no va a desaparecer, lo pongo como existente con anterioridad a mis pisadas. Presuponer algo implica relacionarse con ello como, justamente, aquello conque no nos relacionamos de modo manifiesto.
Así pues, nos relacionamos con la Realidad presuponiéndola como base de toda realidad concreta. Cuando hablamos de que la presuponemos, no queremos decir con ello una actividad psicológica, sino ontológica: nosotros, cuando caminamos y no pensamos en el suelo, lo presuponemos del mismo modo que lo presuponen las piedras.
La digresión sobre la Realidad nos ha llevado a la apreciación de dos formas contrarias, pero mutuamente dependientes, de relación: por un lado, las relaciones como tal, manifiestas y concretas, por el otro, el presupuesto, cara opuesta a las relaciones. Como hemos visto en el caso de la Realidad, ambos polos son indispensables para entender lo existente, y no pueden ser el uno sin el otro.