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Los modos de la creación

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“No hay ningún nombre que sea capaz de abarcar toda la naturaleza de Dios y declararla suficientemente; pero muchos y diversos, cada uno con su propia significación, llegan a formar un conocimiento oscuro, sí, y sumamente exiguo si se compara con todo el objeto, pero suficiente para nosotros”

San Basilio, Contra Eunomio

La génesis o inicio de la realidad es una de las más importantes cuestiones filosóficas. El comienzo de todo cuanto es determina la base de lo que será y del cómo deberá ser. La teoría de la creación, que en el cristianismo afirma que Dios creó ex nihilo la realidad, es una solución al problema planteado.

Sin embargo, en la actualidad el mundo intelectual tiende a rechazar esta tesis en favor del eternalismo o de la creación espontánea y sin autor. La afirmación de que la realidad comenzó fortuitamente, sin un motor o causa, parece ser de consenso generalizado entre los científicos y pensadores.

Nosotros, por lo tanto, para explorar las posibilidades de la teoría de la creación en el pensamiento actual, trataremos de realizar un análisis de qué implica crear en sentido amplio.

Nos centraremos, en primera instancia, en la creación cotidiana; ¿qué hacemos cuando creamos? Pensemos en un ingeniero informático; cuando desarrolla un programa o una aplicación, está desarrollando algo en la realidad que antes no estaba. Cuando se creó Windows 10, por ejemplo, el equipo de desarrollo de Microsoft generó algo nuevo y que antes no existía. Podrían decirnos, empero, que realmente los desarrolladores lo único que hicieron fue mejorar una versión anterior de Windows con elementos presentes en otros sistemas operativos. Es decir, que no habría propiamente creación, sino reconfiguración de elementos ya existentes.

Sin embargo, ¿no es el nuevo orden establecido, el nuevo sistema operativo, ya una creación? Que los elementos ya existieran no implican que el objeto surgido de estos elementos existiera como tal, porque este no se puede reducir a aquellos. Esto se ve más claramente en los seres vivos; un humano, por ejemplo, no es meramente huesos, órganos e impulsos nerviosos, sino que hay un elemento diferencial y específico que lo humano y no mono o pez o perro.

Entramos aquí, por lo tanto, en la cuestión de la esencia de los seres, y debemos preguntarnos qué es lo que hace que un ser sea ese ser y no otro. Sumariamente, podríamos afirmar que las relaciones particulares que ese ser establece con la realidad son aquellas que lo definen. La situación particular que adopta en la existencia será, por lo tanto, su esencia. La esencia, entonces, es la posición que nosotros adoptamos frente y en relación con el mundo. La esencia, por lo tanto, no es algo fijo e inmutable, sino en constante cambio; la esencia de Julio César cuando era niño no era la misma que cuando era general o cuando era dictador. Aquello que define a Julio César varía en función de su relación con el mundo.

De este modo, la esencia son las conexiones que se establecen con el mundo, entendiendo mundo tanto a nivel físico, como político o personal. Julio César, así pues, fue tanto ser humano, como dictador, como esposo o amigo. Sin todas estas cosas no se puede entender quién fue Julio César. La esencia no es, por lo tanto, sino aquello que nos distingue del resto de la realidad, distinción que se debe realizar dentro de la propia realidad.

Esta digresión acerca de la esencia de los seres es útil para permitirnos entender mejor qué es la creación. Efectivamente, si la esencia de un ser es el conjunto de relaciones determinadas que establece con la realidad, la creación no será sino creación de nuevas relaciones con el mundo. Cuando Julio César pasó a ser general del ejército de la Galia, creó algo que no estaba ahí; un nuevo elemento de su esencia. Algo cambió esencialmente en él; quienes le rodeaban ya no le definían del mismo modo.

Normalmente, sin embargo, cuando hablamos de creación solemos referirnos a algo más radical, a saber, a la aparición completa y novedosa de un nuevo ser. Cuando yo, a partir de maderas y tornillos, hago una mesa, la estoy creando en un sentido más fundamental que cuando la pinto. Efectivamente, la hondura e importancia de esta creación es mucho mayor que la que observamos en el caso anteriormente mencionado.

En el caso de la mesa, lo que ocurre es que estoy haciendo aparecer un objeto con su predicado fundamental. No obstante, no hay una diferencia cualitativa entre esta creación y la de Julio César cuando pasó a ser general; efectivamente, en ambos casos lo que se da es una aparición de relaciones novedosas con el mundo. Simplemente, la creación de la mesa es más fundamental porque afecta a un mayor número de relaciones; antes de ser general, Julio César se relacionaba con el mundo como Julio César. Sin embargo, antes de ser mesa, no había mesa que se relacionara con el mundo como tal. Hay, por lo tanto, una gradación de la esencia; desde los elementos basales a aquellos más periféricos, y que se pueden descubrir en función de las relaciones que permiten a ese objeto establecer con el mundo.

Sin embargo, aunque esta creación sea fundamental, porque afecta al fundamento del ser particular, no es la creación más fundamental que podemos encontrar. Efectivamente, por debajo de esta creación del ser particular está la Creación, en sentido completo y absoluto, de la realidad.

Mucha gente es recelosa al concepto de creación por las implicaciones religiosas y políticas que ha tenido a lo largo de la historia. Empero, debemos señalar que la creación de la realidad es un hecho innegable, como mostraremos a continuación.

En primer lugar, nosotros mismos hemos creado la realidad, aunque sin ser conscientes de ellos. Hubo un momento en que el mundo se apareció ante nosotros, no estando antes presentes ni él ni nuestra consciencia de él; fue un instante súbito, una aparición completa del Ser y su infinitud. Tan abrumadora que ni nos dimos cuenta. Ese aparecer de la Realidad, ese ser para nosotros por primera vez y de modo completo, puede llamarse con toda propiedad creación. Solemos entender la creación como un hecho intencional, pero la intención solo puede aparecer en un medio concreto, cuando existen los intereses y los deseos. Antes de eso, no obstante, la realidad se nos tiene que hacer accesible, lo que implica, cuanto menos, una creación para nosotros, a la medida de nuestra percepción.

Somos, por lo tanto, en un sentido preconsciente, creadores de toda realidad con la que podemos relacionarnos y definirnos. No tiene sentido aquí afirmar que la nada hizo la nada, porque nuestra realidad, justamente esta, no es nada. Así, hay que aceptar, como mínimo, la creación de la Realidad en este sentido.

Podríamos quedarnos aquí, en el cómodo punto medio entre los que afirman la creación de la Realidad y los que la niegan. Sin embargo, nuestra creación concreta de la Realidad no satisface, en toda su profundidad, la cuestión propiamente dicha de la Creación. De este modo, cuando ocurre esta creación que hemos explicado, nos estamos haciendo la Realidad perceptible para nosotros. Encontramos aquí, por lo tanto, la cuestión de cómo ha podido ocurrir esta creación para nosotros.

La tesis cristiana es que Dios, desde sí mismo, creó la Realidad a partir de la nada. Esta tesis es sumamente oscura; ¿qué implica “a partir de la nada”? ¿Cómo pudo Dios crear múltiples objetos siendo Él uno solo y no teniendo más referencias que Dios mismo? Nuestro objetivo en lo que queda de texto será aclarar esta tesis y ver sus posibilidades desde nuestra posición filosófica.

Si la creación implica la aparición novedosa de relaciones, ya sea de un nuevo ser o de nuevas relaciones en un ser existente, la Creación implicaría, en sentido absoluto, la aparición de relaciones de cualquier tipo. La Creación originaria implicaría el nacimiento de las relaciones como tal y, por lo tanto, de las esencias, entendidas estas como la definición expresable de los seres. Cuando Dios creó la Realidad, lo que hizo no fue sino crear la posibilidad de que hubiera seres que se relacionaran entre sí y con Dios mismo. Para ello, fue necesario que, partiendo del uno que era Dios, surgiera un otro que estableciera con Él algún tipo de relación. Esta relación que creó Dios fue la que definió al creado como criatura, pero también a Dios como creador. Les concedió, a ambos esencia y definición; el momento de la creación es el momento en el que Dios pasa a poder ser entendido de algún modo, a saber, como Creador. Antes de dicha Creación no podemos afirmar en sentido propio que Dios tuviera definición; podemos, a lo sumo, hacernos la idea de qué no era. Así, afirma San Basilio, “De esos nombres que se dicen de Dios, unos enuncian lo que es Dios, otros, lo que no es”. En tanto que la definición, la esencia, son el conjunto de relaciones que establece un ser con la Realidad, la definición de Dios, justamente, debe ser la de aquel que creó las definiciones, siendo antes de cualquier definición.

Otra cuestión fundamental, aparte de la definición de Dios, es la aparición de la Realidad a partir de la nada. Sin embargo, ya hemos visto, cuando explicamos la creación que nosotros hacemos de la Realidad, que esta creación no parte de nada concreto, sino que surge súbitamente. De un modo infinitamente más radical debe ser la Creación de Dios de la Realidad; Creación que implica un hiato entre lo indefinible y el comienzo de las definiciones.

Nosotros, como seres que aparecemos en medio de esta Realidad, tejido infinito de relaciones, podemos no obstante pensar el fondo indefinido de esta Realidad, aquello que se presupone para que esta misma pueda ser definida y tenga esencia. Demostrar que en ese fondo oscuro se encuentra Dios o la Nada es algo que, desde nuestra posición actual, nos vemos impedidos a realizar.