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Demostración de los demonios

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El materialismo eliminativo

El materialismo eliminativo, una de las múltiples filosofías de la mente actuales, afirma que entre el cerebro y la mente se produce una identidad esencial y absoluta. Según sus pensadores, la separación que comúnmente creemos ver entre estas dos realidades se debe a la interiorización del lenguaje mundano, construido y reformulado en épocas en que se creía en la existencia del alma como una sustancia separada del cuerpo. Así pues, decir “amor”, o “percepción”, sería lo mismo que afirmar “aumento de endorfinas en el cerebro”[1], o “recepción de estímulos neuronales”. Estaríamos ante la misma problemática que si pensáramos que “manco” y “persona a la que le falta una mano” se refieren a cosas distintas.

Por ello, y para no perpetuar más este error que impide conocernos a nosotros mismos, estos pensadores proponen la eliminación de todo lenguaje que se refiera a la mente, para sustituirlo por expresiones referidas a lo cerebral. Como de la existencia de lo neuronal sí tenemos pruebas, hemos de tomar esto como explicación de nuestra realidad, y dejar de emplear un lenguaje que imagina barreras donde, físicamente, no las hay.

Esta afirmación, que en principio podría parecer radicalmente nueva, es defendida por sus autores como una tendencia natural en el hombre de desprenderse de aquellos elementos del lenguaje que hemos descubierto falsos. Ponen de ejemplo el caso de los ataques epilépticos, que antes se denominaban “posesiones demoníacas”, y ahora, como sabemos que no sucede tal cosa, hemos cambiado el modo como nos referimos a ellos.

Sin embargo, estos pensadores han dejado fuera de su planteamiento una cuestión fundamental, y es que, efectivamente, los demonios sí existen.

Los demonios

Si seguimos el procedimiento del materialismo eliminativo, nos veremos obligados a recoger el lenguaje y sus términos y ponerlos al contraluz de la realidad. Bien, en primer lugar, cabe afirmar sin ambages que los demonios existen, al menos, como palabra. La demostración de ello sería una tautología innecesaria, pues acabo de usar dicho término.

Bien, teniendo ya la existencia lingüística, podríamos preguntarnos, ¿por qué existe tal palabra? Creo que es por todos conocido que el lenguaje ha sido construido por seres humanos; no es algo que nos encontráramos, sino que lo fuimos fabricando con el pasar de las generaciones. El motivo de que hiciéramos tal cosa se nos presenta en su núcleo esencial en el mero acto de la conversación. El lenguaje nace como una herramienta oral, y su conversión al texto no es sino muy posterior. Bien, tenemos que el lenguaje es una herramienta oral y humana. Creo, en líneas generales, que  nadie podrá negarme que el lenguaje sirve para comunicarnos con otros seres humanos, para transmitirles un contenido. Pero este contenido, esto a lo que remiten las palabras, debe ser algo humano, pues, si no, no podríamos hablar de ello. Efectivamente, cuando nos referimos a un perro hablamos del perro que hemos visto, imaginado, oído…Siempre estamos nosotros, un ser humano, detrás de los actos lingüísticos. No podemos hablar de aquello que nos es impensable, que nos rebasa, más que como enunciado negativo.

Ahora que tenemos que el lenguaje es una herramienta oral cuya función es comunicarnos con otros seres humanos para hacerles llegar un contenido nuestro, antropológico, podemos tratar de inferir cómo y por qué los humanos creamos la palabra “demonio”.

Pensemos en alguien que viola y tortura sistemáticamente a otra persona: somos capaces de hacernos una imagen mental (el que tenga estómago) de tal cosa; si nos describen qué métodos empleó, los entenderemos, sabremos a qué se refieren…Sin embargo, no somos capaces de pensarlos en realidad. Tal paradoja es la siguiente: este daño, este dolor, simplemente rebasa nuestra capacidad mental, no en el sentido de que no podamos tener una imagen de ello, sino en tanto que su presencia real, viva, destrozaría nuestra mente. Los supervisores de contenido de Google apenas duran seis meses en el trabajo, pues están obligados a ver vídeos donde contenidos de este y muchos otros tipos de violencia brutal se exponen sin contención alguna. Su mente, simple y llanamente, es destruida por la percepción directa (ni siquiera presencial) de estos contenidos. Esto es un demonio; un mal que es capaz, con su mera presencia, de destrozarnos. Nos destruye porque es una maldad absurda, es decir, que sobrepasa el sentido del ser humano, su alma, si queremos usar este término denostado.

Creo, nuevamente, que nadie me podrá negar que existen males que con su mera percepción pueden destrozar psicológicamente a una persona. A estas realidades, en el pasado, se las denominaba demonios. Recogiendo el caso de la epilepsia, veremos que encaja perfectamente con la denominación de posesión demoníaca, porque es una fuerza que domina a la víctima y la destruye, la subordina a su poder.

Alguien podría objetarme, desde luego, que estoy deformando las palabras, cayendo en un anacronismo absurdo. Así pues, las gentes del pasado no creían que los demonios eran aquello a lo que yo he dicho que hacían referencia, sino que pensaban que existían entidades con cola y cuernos, renegadas de Dios, que pululaban debajo de la Tierra. Tomemos, en primer lugar, esta hipótesis como si fuese verdadera. Aun así, tendríamos claro que el concepto del demonio surge de la realidad concreta de las personas, al igual que el lenguaje, realidad que está compuesta de bienes y males diversos. Mi teoría es que, si surge tal concepto de demonio como monstruo fue a raíz de observar males cuya explicación rebasaba cualquier lógica humana. Cuando un pueblo era arrasado, y moría tu hijo, ¿qué causa coherente podrías buscar más que la acción de fuerzas malignas superiores a las personas? El que tuvieran o no cola, cuernos y fueran rojos no sería más que la conceptualización de la palabra, su tecnificación: del mismo modo que en la realidad los científicos imaginan teorías de la gran causalidad universal, proponiendo relatos, conceptualizaciones de intuiciones primigenias, las personas que construyeron el término “demonio” trataron de dar nombre a una realidad fehaciente que se les presentaba.

El alma es irrefutable

Por lo tanto, tras demostrar la existencia de los demonios, a lo mejor no como el lector se esperaba al comienzo del texto, me veo obligado a recuperar el materialismo eliminativo. ¿Qué se propone, realmente, esta teoría eliminando palabras? Fundamentalmente, su objetivo es erradicar todo hecho que escape de un análisis empírico objetivo: es decir, eliminar todo aquello que es propio de la mente o del alma humana. Su objetivo es tal porque ha erigido la ciencia positiva del siglo XX como Verdad y todo aquello que escape a la explicación debe ser falso. Sin embargo, lo que no han tenido en cuenta es el hecho de que la ciencia, como el lenguaje, es una construcción humana; es una herramienta que unas personas concretas hicieron y que se ha ido modificando con el hacer de los siglos. La herramienta presupone a su creador, no al revés. Por lo tanto, la ciencia no puede dominar al hombre, conocerlo enteramente, por el simple hecho de que es un fragmento de la realidad humana. Cuando el científico deja su labor meticulosa y vuelve a casa, se enfada en el coche, quiere a su mujer, saborea una comida…Estos hechos, el simple y llano contenido mental, son claramente irreductibles al hecho “objetivo”. Como decía un viejo, “hay verdades que son impertinentes”, hechos que no son adecuados a lo que se busca, que están dislocados: si alguien me pregunta por qué mi amigo Pedro se enfadó ayer, y yo le dijera que porque su lóbulo occipital obtuvo una alta carga de electricidad[2], me tomarían por gilipollas, por alguien que no se entera de lo que le están hablando.

El que la realidad, por ejemplo, del amor venga acompañada siempre y se dé simultáneamente con un hecho neuronal no hace a ambos idénticos, porque la perspectiva genera ya una realidad. Yo estoy enamorado, y eso es verdad porque siento el amor, tengo la sensación, la realidad mental determinada del enamoramiento.

Si negáramos tajantemente estas afirmaciones y siguiéramos empecinados en que el ser humano es una reacción neuronal tal y como se estudia en ciencia, entonces deberíamos dejar fuera al ser humano. Los propios filósofos eliminativistas niegan en su vida real sus propias afirmaciones. Nadie vive como en un laboratorio, pensando que sus sentimientos son una imagen fría e impersonal, porque esto es mentira. Como Pirro, que, empeñado en defender su escepticismo, no huía de los perros que le querían morder ni de los peligros, el filósofo que, buscando la coherencia, actuase como si la mente no existiera, o fuera lo mismo que el cerebro, terminaría siendo un humano disfuncional.

Podemos afirmar que los demonios no existen, que son enfermos mentales, o maníacos, o lo que queramos, pero el hecho es que hay realidades que, si se nos presentan, pueden destruir nuestra mente. Del mismo modo, por mucho que llamemos a la alegría endorfinas, corrientes neurales, o guacamayos, seguirá habiendo realidades que su sola presencia nos impelen a permanecer en la existencia, a “hacer nuestro camino”.

La mente, en definitiva, existe porque somos nosotros, y no hay refutación posible de uno mismo.


[1] Valga aquí esta explicación inventada.

[2] Nuevamente, la explicación es inventada.