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La ética y la ley

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Solemos usar los conceptos “ética” y “moral” cuando nos referimos a las relaciones que establecemos con aquellos que consideramos semejantes, en tanto que susceptibles de bien o mal. Así pues, aunque usualmente se sobreentienda que la ética dirime sobre las relaciones interhumanas, una filosofía animalista también consideraría a los otros animales como miembros de la ética, y una ética medioambiental haría lo propio con los seres naturales en tanto que elementos de un mismo ecosistema. La ética y la moral tratan, por lo tanto, sobre aquello que podemos hacer o no hacer a los demás y que les repercute positiva o negativamente.

Quedan fuera de este campo, por lo tanto, las acciones inocuas (como tirarme un pedo en la soledad de mi casa) así como las acciones sobre seres que no son susceptibles de sufrir mal o bien (como una piedra). Evidentemente, y como se ha puntualizado antes, la inocuidad o incapacidad de la acción u objeto depende de los parámetros filosóficos adoptados.

Sin embargo, aunque la cuestión de delimitación de los agentes y las acciones éticas es crucial para el desarrollo mismo de dicha disciplina, hay un aspecto interesante de la misma que, en múltiples ocasiones, es ignorado a la hora de tratar la cuestión. Se trata del componente anónimo que debe ostentar el sujeto de ética respecto de nosotros para que dicha acción sea considerada tal.

Creo que esta propiedad de la ética quedará más clara con una hipótesis histórica sobre una posible ética originaria. Con dicha hipótesis no pretendemos sentar cátedra objetiva sobre lo que ocurrió, sino sacar a colación la propiedad que ya hemos mencionado de anonimato.

En las primeras sociedades humanas, de carácter nómada y reducido número, debía ser harto extraño encontrarse con una persona que no conociéramos, con la que no tuviéramos relación previa. Las relaciones humanas, en su mayoría, eran inseparables del componente psicológico que afecta a una relación personal; ya sea cariño, aversión o aburrimiento, la relación personal viene predeterminada por dichos elementos. He aquí, sin embargo, que establecemos contacto con un ser humano desconocido; ¿qué hacemos con él, cómo nos comportamos? No le tenemos ni aprecio ni rechazo (quizá miedo o curiosidad, pero eso no es un sentimiento como tal, sino una previsión de dicho sentimiento), por lo que el componente “emotivo” es aquí inexistente. Pues bien, aquí es donde entra en juego la ética.

Efectivamente, frente a las relaciones personales, que se determinan por cómo nos sentimos en relación con otro ser humano, la relación ética prefigura unas pautas de comportamiento frente a desconocidos. El saludo, por ejemplo, es la primera forma de ética; establece una pauta de presentación frente a alguien que desconocemos. El que estrechemos la mano a alguien no viene determinado por nuestra relación personal con él, sino por algo anterior, una suerte de pacto, de pautas que seguir, un ethos; la ética.

Conforme las relaciones con seres humanos desconocidos fueron haciéndose más comunes, motivado por el sedentarismo y el crecimiento de los núcleos urbanos, las normas éticas crecieron en cantidad y complejidad. Este crecimiento fue tal que llegó un punto en que la ética devino en legalidad; la conducta, que estaba pautada por lo que creíamos correcto frente al extraño, se estructuró objetivamente (desde fuera de los sujetos). Sin embargo, antes de este salto, convendría hablar de la diferencia entre ética y moral.

Aunque estos términos puedan usarse como sinónimos, es útil establecer una distinción entre ambos, con el fin de señalar una diferencia importante que hay entre la conducta ética y la moral. Nosotros entendemos, como ya hemos visto, la ética como un conjunto de pautas en las que nos comportamos correctamente con un desconocido; sin embargo, aunque en este comportamiento subyazca la presuposición de que dicho anónimo es, en cierto sentido, como nosotros, la acción ética no asume que el anónimo es un miembro de nuestra comunidad. Esto es justamente lo que hace la moral, que proviene de mors, moris, “morada”. La moral es lo que uno hace en casa; los rituales litúrgicos, las fiestas, la sobremesa en España…La ética, sin embargo, es lo que uno cree correcto hacer frente a otro.

Por lo tanto, mientras que la moral fructifica en acciones de grupo, en fortalecimiento de los vínculos sociales, la ética se presupone universal. Moral y ética no están, por lo tanto, contrapuestas, pero se encargan de relaciones distintas. En la relación moral, aunque tratemos con un extranjero, lo insertamos en nuestra tribu, mientras que la ética podría entenderse como característica del viajero.

Así pues, la desaparición de la ética, como comentamos anteriormente, va relacionada con el aumento de la legalidad. La ética existe únicamente allí donde no hay legalidad, en los resquicios que deja el Estado. De este modo, en las sociedades liberales, la ética rige las relaciones sexuales, no porque la gente se comporte “éticamente” en ellas, sino porque la ley no interviene.

Un caso ejemplar de espacio que ha sido absorbido por la ley y arrebatado a la ética es de la educación, en el sentido de modales: al estar las relaciones interhumanas regidas legislativamente, los modales han perdido sentido. La ley, que en nuestra sociedad es fundamentalmente económica, ha substituido a la relación ética, no tanto a la relación personal. Se ha perdido el respeto al profesor, al padre y, en definitiva, a toda aquella autoridad que se considere que no tiene capacidad de coartarnos económicamente. Es por este motivo por el que la educación permanece en las relaciones con el jefe de la empresa; la ética se ha subsumido a la ley económica.

Sin embargo, una ética que delimita al anónimo frente al que trata en base a la legislación no es tanto ética como interés. En tanto que la ética se entiende como comportamiento frente al anónimo, desnuda de cualquier sesgo que interfiriera con dicho comportamiento, salvo el de considerar a ese anónimo como, justamente, un sujeto susceptible de bien o mal. Por este motivo me parece incorrecto pensar que las relaciones personales son destruidas por la legislación capitalista; justamente, en tanto que afectadas de emocionalidad, son estas relaciones las que perviven. Diríamos, incluso, que son relaciones demasiado psicológicas, relaciones en las que tiene demasiado peso el cómo se siente uno frente al otro, y que le dan la legitimidad para atacar cuando se siente mal.

El epítome de la ética es el caballero, tanto el caballero medieval, que establecía normas universales incluso en lo relativo a su muerte, como el caballero confuciano, que medía cualquier tipo de relación no personal con otro ser humano. El epítome de la ley es el mandarín, deformación del sabio junzi chino, porque no actúa éticamente sino cuando la legislación se le abalanza encima.

Comportarse éticamente, por lo tanto, reporta poco beneficio en una sociedad legislativa. Es absurdo, en el sentido de que rompe con el sentido de la ley. Sin embargo, la ética, la educación y los modales respecto a nuestros semejantes (por definir quiénes sean) son la única forma de establecer sociedades igualitarias.