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La fantasía de Dios

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Una de las tesis más famosas acerca de la existencia de Dios de los últimos siglos es la propia de Feuerbach. Este pensador alemán defendía, en resumidas cuentas, que Dios era una proyección de la mente humana, una abstracción en la que situaba sus anhelos y metas últimos. De esta manera, la bondad, omnipotencia y misericordia de Dios serían la fantasía de la mente humana, unos deseos objetivados en un ente inexistente.

Esta idea, con el aumento en el mundo occidental del ateísmo, ha ido cogiendo fuerza hasta convertirse en sensus communis para los grupos no creyentes. En el presente texto intentaremos dilucidar en qué sentido podemos hablar de Dios como fantasía o imagen de la mente humana.

En primer lugar, cabe definir qué es una fantasía. Así pues, nosotros entendemos por fantasía toda imagen, idea o concepto de la mente humana que no tiene un correlato con el mundo real. De este modo, los unicornios son fantásticos porque no se dan en la realidad. Sin embargo, aunque parezca algo evidente, es más difícil de lo que podríamos pensar en un primer momento explicar qué entendemos por realidad.

Efectivamente, si por realidad entendemos, simple y llanamente, el conjunto de objetos que hallamos en nuestra experiencia habrá cosas que no entendemos por fantásticas y en realidad lo serán. Por ejemplo, la gravedad no es algo que podamos, simple y llanamente, encontrar en el mundo empírico. Nosotros tenemos la experiencia de ver que los objetos tienden a caer al suelo. Sin embargo, en ningún lugar de la experiencia encontramos algo que podamos denominar “gravedad”. No obstante, tampoco podemos decir que la gravedad sea algo fantástico. La solución, evidentemente, es entender que la gravedad es un modelo que el ser humano ha propuesto como explicación de una serie de experiencias que comparten características en común.

Encontramos, por ende, ya un tipo de realidades que no coinciden con los objetos de experiencia y que tampoco pueden ser denominadas fantásticas. Este ejemplo basta para mostrar que lo que entendemos por realidad no puede ser identificado con la mera experiencia. En este texto no entraremos en la cuestión de que los objetos de experiencia y la experiencia como tal no es algo evidente de suyo, que aparezca sin ningún tipo de mediación.

Por el contrario, volvamos nuevamente a las fantasías. Si nos fijamos atentamente en los tipos de fantasías que el ser humano produce, veremos que podemos clasificarlas en función de la influencia que tengan en nuestra conducta. En primer lugar, habría que diferenciar entre las fantasías que nos creemos y las que conocemos como fantasías. Efectivamente, la diferencia entre creer y no creer en la existencia de los unicornios es notable e implica que, en la práctica, podamos distinguir dos fantasías, a saber: la que va acompañada de creencia y la que no.

En segundo lugar, dentro de las fantasías que nos creemos podemos cribarlas por cómo afectan a nuestra relación con la realidad. Por ejemplo, si tengo la fantasía de que soy Superman y me tiro por el balcón pensando que volaré, mi fantasía ha hecho que me mate. Si, por el contrario, pienso que el placebo que estoy tomando es una pastilla que curará mi dolor de garganta, seguramente me cure o me alivie el dolor. De este modo, vemos que las fantasías pueden ser diferenciadas por cómo “chocan” con la realidad. Mientras que algunas fantasías son destructivas, otras son sanadoras, mientras que otras serán inocuas.

Así pues, podemos entrar en la siguiente cuestión: ¿en qué medida una fantasía que es creída es realmente fantástica? En el caso de la fantasía de que soy Superman la respuesta parece obvia: en la medida en que no vuelo, la fantasía de que puedo volar es, efectivamente, fantástica. No obstante, en el caso del placebo la respuesta es más compleja: si una pastilla es un medicamento en la medida en que me cura y solamente me curo tomando una pastilla que es un placebo, ¿no sería el placebo un medicamento? Los argumentos en contra señalarán que, realmente, el efecto curativo se produce sin la pastilla, como sabrá el paciente cuando se le informe de que lo que estaba consumiendo era un placebo. Sin embargo, la incapacidad curativa del placebo solo será conocida a posteriori, cuando la curación ya se ha producido. Hasta ese momento, era el consumo de esa pastilla el que producía la curación en el paciente. Por lo tanto, tenemos que concluir que, realmente, no podemos tener la certeza de que los efectos que hemos percibido en la realidad (como la curación) son propios del objeto al que se lo atribuimos (el placebo).

En un caso más extremo, podría ser que toda la realidad que percibimos fuera una proyección de una inteligencia superior, una fantasía que nos hace creer y que, cuando muramos, saldremos de ella y volveremos al mundo real. No tenemos ninguna manera de saber que esto es así hasta que se produzca, si se produce, la salida de esa fantasía.

Por lo tanto, podemos afirmar que solo sabemos si una fantasía que creíamos que era real es fantástica cuando, efectivamente, descubramos que es fantástica. No hay ninguna propiedad, dentro de la fantasía como tal, que nos dé la clave de ese discernimiento. Esto ocurre porque el ser humano no existe en una maraña de evidencias, sino que su existencia se sostiene sobre creencias (conscientes o no) que se van confirmando y modelando a lo largo de su vida. Son estas creencias las que nos llevan a vivir de una u otra manera; si tenemos, por ejemplo, la creencia de que el suelo va a desaparecer si pisamos una línea, nuestra forma de caminar será radicalmente distinta que, si no lo creemos, aunque, visto a posteriori, esa creencia fuera una mera fantasía.

Volviendo a la cuestión de Dios, tenemos que señalar que este es un objeto por entero peculiar. Efectivamente, frente a la fantasía de que podemos volar o de que los placebos nos curan, no tenemos forma alguna de afirmar o desmentir la realidad de nuestra creencia o descreencia en Dios. Esto ocurre porque la definición de Dios lo imposibilita. Efectivamente, si Dios es el creador superior de todas las cosas, anterior a cualquier realidad que nos encontremos, nada de lo que experimentamos nos permitirá negarlo o afirmarlo del mismo modo que afirmamos o negamos la existencia de los unicornios. Dios, como tal, trasciende la realidad y, por ende, no es juzgable según la misma.

Sin embargo, aunque no como objeto de la realidad, Dios sí existe como creencia. Efectivamente, son miles de millones las personas que creen en Dios. Además, son múltiples las creencias que hay sobre dicho Dios. Mientras que algunos creen que Dios es un Padre compasivo y misericordioso, otros lo ven como una Energía universal que es indiferente a nuestra existencia. Lo que podemos traer a colación, por ende, son los diversos tipos de existencia a que dan lugar las múltiples creencias en Dios. El modo de vida de un musulmán wahabita no será el mismo que el de un quákero.

Así pues, llegados a este punto, vemos que únicamente nos queda un modo de actuar frente a esta fantasía: ver las consecuencias de la misma en nuestra vida y preguntarnos si los frutos que nos da nos satisfacen.