Entre las múltiples formas de desarrollar una ontología que funcione como un mapeado de lo real, el método geométrico cuenta con varias ventajas. En primer lugar, la descripción de lo que nos encontramos mediante líneas y figuras matemáticas nos permite plasmar las características más genéricas de los entes. Si hablamos de la relación triangular entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, o entre el Uno, la Inteligencia y el Alma, podemos ver que ambos grupos se caracterizan por la relación estable de sus elementos: el triángulo es la figura que representa la durabilidad, por lo que denominar a una relación como triangular es poner el énfasis en su indestructibilidad.
Igualmente, y debido a esta generalidad de la descripción geométrica, el entendimiento de lo real a través de esta descripción matemática es más claro y directo. Aunque hay una distancia entre el círculo real y el círculo matemático, en tanto que en este todos los puntos están a la misma distancia de su centro, podemos conocer qué es un círculo real mediante este círculo matemático. Del mismo modo, la geometría nos facilita hablar de entes que no son meramente figuras.
Haciendo uso de este método, podemos, por ejemplo, explicar la diferencia entre los objetos inanimados y los vivientes. Este ejercicio es el que vamos a llevar a cabo aquí.
Si tenemos que hablar de los objetos inanimados, podemos hacerlo como ángulos de lo real. Efectivamente, un ángulo es aquel punto en que una línea se dobla y sigue el mismo camino por el que llegó a dicho punto. El ángulo es la doblez de la línea, el límite de su movimiento, el lugar donde la libertad de la recta se topa con un impedimento. Del mismo modo, el objeto inerte es aquel lugar en que la percepción de lo real se detiene y vuelve hacia el perceptor. El objeto rompe el vacío, oponiéndose a quien percibe, obligándole a tenerlo en cuenta.
Para entender estas aseveraciones más claramente, debemos pensar que las líneas de la realidad se lanzan desde el perceptor de la misma; de este modo, el objeto rebota hacia una percepción determinada. El ángulo que forma el objeto es un ángulo construido frente a ese perceptor. La objetividad, entendida como propiedad de todo objeto, es por ende puramente oposición, neta contradicción frente al perceptor.
Por otro lado, los seres vivientes o complejos, más que ángulos, pueden ser entendidos como esferas. Efectivamente, la esfera es un objeto tridimensional cuyo movimiento es una circularidad propia y constante. La característica más importante de la esfera en su consistencia, caracterizada como una estabilidad propia. Frente al ángulo, su esencia no es la mera oposición objetiva, sino que tiene una permanencia que puede ser denominada identidad.
Sin embargo, no debemos entender la esfera meramente como opuesta al ángulo, porque la esfera es una composición circular de ángulos. Esta composición de ángulos tiene como relación eminente la ya mencionada circularidad constante. Los ángulos de la esfera la constituyen mediante su mutua oposición y reciprocidad, conformando un sistema estable de líneas.
Así pues, en tanto que multiplicidad de ángulos y puntos, la esfera también se constituye en oposición al perceptor, al trazador de líneas. Sin embargo, además de esta oposición, se caracteriza por la ya mencionada identidad circular.
Siguiendo estos razonamientos, podemos observar que las esferas no se hallan separadas del resto de la realidad, sino que están entramadas en la totalidad geométrica. Así pues, las esferas también podrían ser entendidas como arroyos por donde la corriente de lo real circula pero no se estanca. Las esferas, así pues, se definen tanto por su identidad circular como por su oposición angular.
También las esferas forman parte de otras esferas; las esferas individuales, por ejemplo, son partes de la esfera social. La forma esférica no hace referencia a una barrera infranqueable, sino a un movimiento que, repetido en el tiempo, conforma una identidad.
Esta breve aproximación a una descripción geométrica nos sirve de base para análisis posteriores acerca de la identidad y la alteridad, de la actividad propia y la ajena y, en definitiva, como piedra de toque para una ontología descriptiva.