Se ha observado en múltiples ocasiones que un ser humano, si, en vez de socializar con otros miembros de nuestra especie, se relaciona con animales de otro tipo, adopta la conducta de estos últimos. Es una situación de la que se conocen múltiples casos, como Marcos, que vivió once años con lobos. Aunque es muy interesante esta “animalización” producida en hombres, me gustaría emplear en esta ocasión este ejemplo para contraponerlo al proceso habitual de enculturización. Es decir, vamos a intentar encontrar qué define esencialmente al proceso mediante el cual un miembro biológico de la especie humana se convierte en un miembro social de la misma. Para abreviar, utilizaremos el concepto “persona” para hablar de todo ser humano que ha pasado por este proceso de socialización, en vez de educarse con lobos o con primates.
En todas las sociedades existe una división de etapas por las que pasa un ser humano, desde que nace hasta que fallece. El momento crucial de este proceso es cuando se convierte en adulto, es decir, en miembro completo de la sociedad. El adulto, frente al niño, es aquel que adopta un rol fijo, que tiene un papel en la sociedad. La ya manida etimología de persona (prósopon, máscara) no deja de ser significativa; somos personas en tanto que adoptamos un papel en una sociedad. Tarzán, por ejemplo, nunca llegaría a ser un adulto, sino que sería considerado, como mucho, un “niño grande”. La definición limita nuestro rango de operaciones; ser adulto en una tribu implica, por ejemplo, cazar, recolectar o formar parte del consejo gobernante. También concede posibilidades; podemos formar familias y realizar acciones que los niños tienen vetadas. Toda libertad se sustenta sobre una definición; para ser libres, es necesario tener un marco de actuación.
Así pues, ser persona implica estar inscrito en una sociedad como miembro pleno de la misma, en la que adoptamos un rol, compuesto de obligaciones y derechos. La sociedad no implica un espacio delimitado de personas; la nación es un buen ejemplo de ello. Presuponemos obligaciones y derechos a personas con las que compartimos país, aunque no las hayamos conocido nunca. La personalidad flota por encima de la individualidad, o la sostiene en el marco social. Los Derechos Humanos no serían sino esa presuposición llevada a su grado límite, o al menos al grado límite de la especie; se asume la humanidad como sociedad, con las contradicciones que ello conlleva con las sociedades que la conforman y, en muchas ocasiones, se enfrentan entre sí. Para resumir, podríamos afirmar que la personalidad es el proceso de definición de un ser humano como miembro de pleno derecho y obligación dentro de una sociedad x.
Hasta este momento no hemos hablado de la personalidad sino en términos de definición; ser persona es ser un adulto con tales responsabilidades y tales derechos. Sin embargo, este tipo de personalidad únicamente es aplicable a la situación social y homogénea de los seres humanos. En este estrato de la personalidad, todas las personas son iguales, o al menos son iguales aquellas que tienen los mismos derechos y obligaciones. Todos los reyes espartanos, por ejemplo, tendrían la misma personalidad. Cuando hablamos de personalidad en estos términos, nos da la sensación de que nuestra explicación es parcial e incompleta. Efectivamente, hay un componente intrínseco de la personalidad asociado con la individualidad que no hemos tocado hasta el momento. Y es que, si todos somos persona (y nos diferenciamos de los animales) por lo que tenemos en común, ¿dónde queda la historia de nuestra vida?
No debemos, empero, contraponer la historia particular a la personalidad social que nos define; sin el marco social de Atenas, por ejemplo, Pericles no hubiera vivido su vida como orador y político. La, por así llamarla, personalidad narrativa no contradice la personalidad definida, sino que la presupone. Podemos vivir la serie de nuestra vida porque hay todo un entramado desde el que nos referimos a nosotros mismos y a aquellos que nos rodean.
Ya hemos introducido los dos elementos de la ecuación personal; la definición y la narración. Ahora bien, es ahora cuando encontramos el hecho más interesante, a saber, estos dos elementos no se dan de la misma forma en todas las épocas, ni siquiera entre personas diferentes de la misma época. Hay momentos de la historia en la que los seres humanos adoptan un rol, una personalidad definida, y en ella se sostienen hasta su muerte. ¿Qué podríamos narrar de la existencia de un campesino medieval, aparte de su nacimiento, bautizo, casamiento y muerte? Sin embargo, no es extraño encontrar crónicas de la vida de reyes medievales, que tuvieron una personalidad y una historia particulares. La narratividad, entonces, es más bien una posibilidad de la personalidad definida, más bien que una condición sustancial.
De esta digresión parece deducirse que es mejor, o más plena, una vida narrada, que una vida meramente definida. Sin embargo, esta no es opinión universal; el budismo, por ejemplo, o ciertas corrientes del cristianismo, rechazan las vanidades del mundo y abogan por un estado de eternidad quieta. La narración no sería, desde esta perspectiva, nada más que el recorrido ansioso por infinidad de desdichas y avatares que hacen los hombres ignorantes. Frente a esto, mejor dedicarse a la meditación y el paroxismo; cultivar una tranquila y establemente definida felicidad.
La divinidad misma, y la sustancia, nos inducen a pensar en términos definidos, y no narrativos; la propia encarnación y resurrección es un periplo que concluye con el Juicio final. Dios se encarna en hombre para salvar a la especie humana de la narración, y el Edén era un espacio sin tiempo.
El capitalismo, por otra parte, nos hace pensar en las nefastas consecuencias de establecer una carrera de desarrollo y progreso. Para acabar como estamos, mejor habernos quedado quietos, puede uno pensar.
Sin embargo, la quietud es también la anulación de lo nuevo, y sin personalidad narrativa no existe la particularidad, ni la personalidad en su sentido más íntimo. Qué pesa más, si el ansia o la individualidad, es algo que debería ser planteado a partir de estas consideraciones.